Autor: Uxmal Rodríguez Morales

 

Grandes constructores, inventores del número cero, astrólogos excepcionales, sacrificadores de doncellas, predictores de uno de los tantos fines del mundo… así son reconocidos los mayas precolombinos; una de las culturas americanas que más fascina a la humanidad. El interés por esta civilización ha tenido un auge, especialmente, aunque no por la única razón, motivado por todo lo relacionado a su calendario y el año 2012. Otro de los misterios que rodean a los antiguos mayas es el enigma sobre su mal llamada desaparición.

Aunque los mayas realmente no desaparecieron, esta denominación se refiere a la reducción drástica de la población en las principales ciudades, así como la disminución y cese de la construcción de grandes edificios y estelas, e incluso el abandono de urbes muy poderosas en su tiempo. A este evento se le conoce como el colapso del clásico maya y ocurrió durante el periodo que los mayistas llaman clásico terminal, aproximadamente entre los años 750 y 1050 de la era común (e.c.), aunque estos límites varían según los distintos autores y enfoques. Este suceso ocurrió de manera paulatina y de forma dispar tanto temporal como espacialmente en el territorio ocupado por los mayas. Por esto, algunos historiadores y arqueólogos evitan emplear el término colapso y se refieren a este suceso como el declive o el abandono del maya clásico.

Los mayas precolombinos habitaban en un amplio territorio de Mesoamérica que abarca fundamentalmente desde la península de Yucatán hasta El Salvador. Esta zona es extremadamente heterogénea y muestra grandes diferencias en cuanto a la orografía, el tipo de suelo, la vegetación y el clima, especialmente en la precipitación. A pesar de que la mayor parte de la lluvia, aproximadamente el 70%, ocurre durante un periodo de 5 meses, entre junio y septiembre, existe un gradiente sur-norte en cuanto a la cantidad total. La precipitación es mucho mayor en las zonas del sur, en el territorio montañoso de Centroamérica llamado tierras altas mayas, y va disminuyendo a medida que se avanza hacia el norte de la península de Yucatán, región llamada las tierras bajas mayas del norte.

Al ser una civilización sedentaria agrícola, que se estableció en una región donde no abundan los grandes ríos, los mayas, en su mayoría, dependían fundamentalmente de la presencia de manantiales y lluvia para la agricultura y de su capacidad de almacenamiento hídrico para usos domésticos. Esto puede notarse en el desarrollo de estructuras como las cisternas o chultunes de la zona Puuc, acueductos como el de Palenque y los reservorios de tamaños variados de Tikal, Calakmul y Caracol; todos estos son claros ejemplos de sistemas de adaptación a su entorno natural. Aun así eran susceptibles a los cambios en la precipitación. Por eso en su panteón, uno de sus dioses principales era Chaac, una deidad múltiple, señor de la lluvia y los cuatro puntos cardinales, representado de varias formas y con diferentes atuendos, en especial, con una antorcha cuando representaba tiempos de sequía.

Muchas son las hipótesis acerca de los factores involucrados en el declive maya: los conflictos bélicos de diversa índole como levantamientos sociales, guerras internas por la sucesión dinástica, invasiones por ejércitos de ciudades rivales; plagas, degradación medioambiental y variaciones climáticas. Estas dos últimas opciones han ido cobrando fuerza en los últimos años, esto se ve reflejado en el aumento de publicaciones acerca de este evento en general y en especial aquellas que lo relacionan con algún evento climático. Además del mundialmente famoso 2012, el renovado interés en los mayas, se debe seguramente al aumento de la toma de conciencia acerca de nuestra relación como civilización con la naturaleza y el papel que estamos jugando en el cambio climático antropogénico.

Otro factor que ha reforzado la idea de los eventos climáticos como detonantes del declive maya, específicamente las sequías, son las diversas reconstrucciones paleoclimatológicas que se han realizado en la zona habitada por los mayas y otras regiones aledañas. Estas reconstrucciones consisten en estimar los valores de precipitación y temperatura de tiempos pasados a partir de varias fuentes. Estas pueden provenir del estudio de variaciones de la composición química de los sedimentos de lagos, canales, o deposiciones fluviales en la desembocadura de los ríos; también pueden hacerse empleando estalactitas, estudiando el polen de los distintos estratos del suelo o mediante el método más conocido, analizando los anillos de crecimiento de los árboles.

A partir de estos estudios se ha podido determinar que hubo un clima más lluvioso durante el periodo Clásico Tardío que coincide con el florecimiento maya, tiempo del aumento de la población, expansión de las zonas de influencia de grandes ciudades estados rivales como Tikal y Calakmul y la explosión de la construcción de los grandes monumentos que caracterizan el máximo esplendor estas importantes metrópolis. También hay evidencias de varías sequías y periodos de aridez durante el Clásico Terminal y el Postclásico Temprano, esto coincide con el periodo de disminución de la población y abandono de grandes ciudades. En algunas reconstrucciones se puede acercar la lupa temporal y establecer un periodo seco situado de manera aproximada entre los años 760 y 910 e.c., donde ocurrieron eventos de grandes sequías recurrentes espaciados por un periodo de 50 años y que pudieron haber durado entre 3 y 9 años. Este periodo coincide con el momento del declive maya que según varios historiadores fue un proceso paulatino que duró alrededor de doscientos años.

Estas coincidencias han llevado a algunos defensores de la tesis de la catástrofe climática a hacer énfasis en el papel determinante de las sequías en detonar el declive de todo el mundo maya. A pesar de la innegable contribución que puedan haber tenido estos eventos hidrometeorológicos extremos, otros indicios arqueológicos muestran una historia mucho más compleja. Existen muchas evidencias que sugieren que el colapso de la civilización maya ocurrió de manera distinta en las tierras altas relacionadas con las zonas de la sierra y en el sur y norte de las tierras bajas en Yucatán. El declive de la civilización maya fue un proceso extremadamente complejo, multifactorial y heterogéneo temporal y espacialmente que inició durante el periodo clásico, se extendió hasta el postclásico, hasta que con la llegada de los españoles comenzó la conquista y en 1697 sucumbió Nojpetén, el último reducto maya precolombino en el lago Petén.

En realidad, la complejidad de este proceso hace más plausible la posibilidad de diversos factores involucrados y que varias sequías detonaron un proceso de declive. Varios datos refuerzan esta hipótesis integracionista aunque parece que sería mejor enfocarse en la preponderancia de cada factor de manera específica para sitios individuales antes de generalizar. Algunas de esas pistas provienen de campos de la ciencia de los cuales nunca sospecharíamos: la modelación hidrológica y dinámica.

Mediante el empleo de varios modelos se puede simular bastante bien la línea histórica del desarrollo de la sociedad maya, incluso con buenas coincidencias en cuanto al periodo en el que comienza a practicarse la agricultura intensiva y empieza el florecimiento maya. Uno de estos resultados muestra que incluso sin sequías, los mayas habrían enfrentado serios problemas por el agotamiento del suelo debido a la práctica extendida de la agricultura intensiva, tan necesaria para alimentar a la creciente población que habitaba las grandes metrópolis del periodo clásico. La disminución en la capacidad de producir los alimentos necesarios siempre trae como consecuencia problemas de malnutrición, enfermedades y descontento social. Esto podría agravar situaciones existentes de salud pública debido al hacinamiento y la disminución de la higiene pública, lo que parece haber sucedido, al menos, en dos importantes sitios del periodo clásico, Copán y Palenque.

En otros casos, como el de Palenque (Lakam ha´) las simulaciones hidrológicas en la cuenca alrededor de la ciudad sugieren que el impacto de una sequía sobre los recursos hídricos no sería tan significativo, pero el cambio en el uso de suelo parece haber modificado el impacto de los cambios de clima sobre la cuenca lo que quizás hubiera aumentado su sensibilidad a las sequías, que muestran las reconstrucciones climatológicas. En este caso parece que habría que buscar otras causas concomitantes, probablemente sociopolíticas, para explicar completamente su abandono ya que estudios arqueológicos sugieren que el deterioro del medio ambiente y la disminución de los recursos naturales no parecen haber incidido notoriamente en el declive final de Palenque.

Un sitio del cual se tiene gran cantidad de información es Tikal (ver figura 1). En esta urbe existían varios reservorios y sistema de canales que permitían acopiar agua para varios usos. Aunque la cantidad almacenada no parece haber alcanzado para regar toda la superficie agrícola necesaria para alimentar con maíz a todos los habitantes de la ciudad, el contenido de algunos reservorios periféricos sí parecen haberse empleado con tal fin en algunas ocasiones. A pesar de que la cuantía total de agua no permitía regar todas las cosechas, sí parece que un año de sequía intensa puede no haber traído muchos problemas con la provisión de agua, al menos para el uso público; esto según estudios de modelación de la demanda urbana. A pesar de estas conclusiones, es lógico suponer que periodos de sequías recurrentes pueden haber limitado el recurso hídrico mucho más allá de lo supuesto.

Figura. 1: Fotografía de gran plaza y gran pirámide de Tikal

Otro evento específico de Tikal que empeoró la situación fue la contaminación de los reservorios de agua. Al analizar los depósitos de sedimentos se detectó la presencia de mercurio en los sedimentos de dos de los reservorios fundamentales situados en la zona central, donde estaban los principales palacios, templos y plazas. El mercurio provenía del cinabrio, el sulfuro de mercurio, un mineral muy empleado para el color rojo de la cerámica y los edificios, y también en prácticas rituales como los enterramientos.

Asimismo, se detectó un aumento de las concentraciones de fosfatos durante estos periodos en dichos reservorios que, en conjunto con altas temperaturas y la disminución de la renovación del agua en estos estanques producto de las sequías, favoreció la proliferación de cianobacterias. Ciertamente, además de todo lo anterior, se encontró material genético correspondiente a Plantothrix y Microcystis, dos géneros que producen cianotoxinas. Estas sustancias pueden ser tóxicas a bajas concentraciones (2 nM) y algunas de ellas resisten la cocción. Todos estos elementos se encontraron en capas de sedimento que corresponden a los periodos clásico tardío y clásico terminal.

Las sequías recurrentes llegaron en un momento crucial. Los gobernantes de ese periodo fueron talando, cada vez más, una gran cantidad de bosques aledaños para dedicar esas tierras a cultivar de manera intensiva y producir los alimentos necesarios para alimentar a una población creciente. Todo esto llevó a la desforestación excesiva, a la pérdida de la cobertura vegetal, y al final, a la erosión y la degradación del suelo.

La tierra, seca y exhausta, se negó a producir; el líquido almacenado que provenía de los cántaros de Chaac menguó y se tornó ponzoñoso; el hambre apremió; los reyes habían perdido el favor de los dioses; de las guerras que antaño trajeron riquezas, prisioneros, gloria y poder; hoy solo queda cansancio… esto es el fin.

Esta dramática y sobrecargada imagen pudo haber sucedido en Tikal hace más de mil años pero sería  imprudente pensar que no podría volver a escena. El mundo actual se mueve con un modelo socioeconómico extremadamente consumista que ha sido sostenido, hasta ahora, gracias a la depredación excesiva de muchos recursos naturales, la destrucción de ecosistemas, la contaminación del suelo, el agua y el aire; con la explotación y hasta la muerte de muchos de nuestros propios congéneres. A causa del cambio climático antropogénico se prevé un aumento de los eventos extremos hidrometeorológicos, en especial las sequías, las que ocurrirán en un mundo tecnológico pero lleno de pobreza y millones de seres humanos descontentos y vulnerables.

Como sociedad aún estamos a tiempo de recordar lo que nos queda de humanidad y sabiduría; todavía podemos vernos en el espejo de los antiguos mayas, asomarnos al cenote sagrado y ver reflejada en la mermada superficie del agua como se acerca, inexorablemente, desde no muy lejos, la antorcha de Chaac.

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