Autor: Ing. David Eduardo Guevara-Polo
Existe el consenso científico de que el cambio climático es ocasionado por Homo Sapiens. El ser humano, desde que se desencadenó la revolución industrial en el siglo XVIII, ha modificado el clima. Sin embargo, cuando esta revolución comenzó, todavía no se conocía la ciencia del efecto invernadero (es más, no se tenía ni idea de qué era la termodinámica) y menos aún se sabía que se estaba modificando el clima con las actividades industriales. El primero en utilizar el concepto de efecto invernadero fue Svante Arrhenius (Molina, Sarukhán, & Carabias, 2017), pero lo hizo hasta fines del siglo XIX.
Ahora bien, actualmente el paradigma de la mitigación del cambio climático es la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo, hace algunos años, antes de que se hablara de reducir estas emisiones, se propuso una solución mucho más radical: La geoingeniería.
En 1965, el Comité Asesor Científico del Presidente de Estados Unidos (President’s Science Advisory Committee) (PSAC) advirtió a la Casa Blanca que las concentraciones de GEI estaban en incremento, enunció algunas de las repercusiones que se esperaban de los efectos en la temperatura y sentenció que estos amenazaban a la civilización humana. Después de ese análisis concluyeron que “las posibilidades de provocar deliberadamente cambios climáticos compensatorios deberían explorarse a fondo”. En otras palabras, la propuesta del PSAC para solucionar el problema del calentamiento global, antes siquiera de pensar en reducir las emisiones de GEI, implicaba modificar deliberadamente el clima. Esta modificación deliberada del clima es lo que se conoce como geoingeniería.
En el reporte se realizaron dos propuestas: Dispersar partículas reflectantes en el océano y, por otro lado, inducir la formación de nubes de tipo cirrus en el cielo. Ambas técnicas tenían el objetivo de incrementar la cantidad de energía reflejada en la Tierra y así, controlar el calentamiento global. Ahora bien, existen diversas investigaciones sobre la geoingeniería, sobre todo en los aspectos científicos y técnicos. Sin embargo, una de las más destacadas y, considerada por muchos autores como la que llevó la discusión de la geoingeniería a un público más amplio, fue la de Crutzen, 2006.
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El albedo es la fracción de la radiación del sol que es reflejada por las superficies en la Tierra. Todos hemos sentido este albedo, si un día de calor intenso, una persona se viste de negro y otra de blanco, la superficie de la ropa del primero reflejará menos radiación, por lo que sentirá que “tiene más calor”, mientras que el que se viste de blanco sentirá que “tiene menos calor”. En el artículo de Crutzen, se habla de incrementar el albedo de la Tierra, mediante la dispersión de partículas de sulfatos, que actúan como núcleos de condensación para las nubes y afectan sus características micro-físicas y ópticas. Literalmente, se trata de sembrar nubes para vestir a la Tierra de blanco y que, de esta manera, se sienta menos calor. Sin embargo, Crutzen también advierte que los sulfatos en general y el SO2 en particular, pueden ocasionar impactos ecológicos y en la salud pública porque producen la lluvia ácida. ¿Se debería de implementar aun así? Tal vez. Tal vez no.
Con independencia de sus efectos colaterales, es interesante apuntar que esta solución de ingeniería está inspirada en la naturaleza. Resulta que cuando el volcán Pinatubo hizo erupción en 1991, inyectó unos 10 teragramos (10 millones de toneladas) de azufre a la tropósfera. Esto ocasionó un incremento en la reflexión de la radiación solar, disminuyendo la temperatura promedio global en 0.5 °C durante el año posterior a la erupción.
Ahora bien, desde luego que la técnica propuesta por Crutzen no es la única que existe para hacer geoingeniería. Existe una vasta literatura en la que se plantean nuevas técnicas potenciales. Por ejemplo: la captura y almacenamiento de CO2 (la cual si está ocurriendo en algunas partes del mundo), la fertilización de los océanos con hierro para favorecer su absorción de CO2, aerosoles estratosféricos y blanqueamiento de superficies terrestres y oceánicas (Caldeira & Bala, 2017). Es decir, Homo Sapiens está ocupado en buscar soluciones más allá de la reducción de GEI para la crisis climática. Sin embargo, es pertinente señalar que algunas de ellas están en fase experimental todavía.
Uno de los argumentos para no reducir la emisión de GEI es la difícil adaptación de las matrices energéticas de los países, desde el punto de vista financiero, desde luego. Es decir, para un país como Estados Unidos, cuya matriz energética consiste en un 80% de combustibles fósiles, es complicado hacer una transición energética abrupta por las inversiones tan importantes que supone. En ese sentido, (Wigley, 2006) postula que la geoingeniería y la reducción de GEI deberían utilizarse de forma combinada. Primeramente, la geoingeniería permitiría incrementar el tiempo disponible para adaptar la economía y la tecnología a la reducción de GEI, ya que posibilitaría la disminución de la temperatura global en un periodo relativamente corto, de forma análoga a como sucedió con el volcán Pinatubo. Posteriormente, con la reducción gradual de emisiones de GEI, la temperatura de la Tierra podría llegar a estabilizarse.
En opinión de quien esto escribe, la geoingeniería es fascinante desde el punto de vista científico. Es muy interesante cómo el conocimiento que se ha acumulado sobre las ciencias de la tierra es útil para intentar solucionar un problema tan complejo como el cambio climático. Sin embargo, es importante señalar que estas técnicas muy probablemente afectarían otros procesos naturales de los cuales también dependemos. Por ejemplo, una modificación de la temperatura global implicaría cambios en el ciclo hidrológico, puesto que alteraría las variables que inciden en cada uno de sus procesos y esto a su vez significaría disrupción en la cadena de suministro de alimentos. Ahora bien, el lector podría pensar que las consecuencias de no actuar podrían ocasionar impactos más graves en el ciclo hidrológico, como las sequías tan prolongadas y los huracanes tan intensos que vemos en estos tiempos y tal vez tenga razón, o tal vez no. Como se mencionó anteriormente, la geoingeniería no está suficientemente comprendida y no se tiene el control sobre sus efectos colaterales.
Por otro lado, no debe perderse de vista que la geoingeniería tiene dimensiones económicas, políticas, financieras, éticas e incluso filosóficas. ¿Cómo se pondrían de acuerdo los países para su manejo? ¿Cómo se garantizaría que el uso de la geoingeniería beneficie a todos y no afecte a nadie? ¿Quién regularía su manejo? ¿Quién se encargaría de financiar su operación? ¿Quiénes podrían hacer uso de esas técnicas para controlar el clima? ¿Sus costos financieros serían menores que una reducción de los GEI? ¿Sus probables costos ambientales serían justificables? ¿Sería posible utilizar la geoingeniería como un arma y si así fuera, cómo se garantizaría que eso no ocurriera? Tal vez estas preguntas sean más difíciles de responder que las cuestiones científicas.
Podría partirse de reflexionar que la primera vez que Homo Sapiens modificó el clima, resultó catastrófico ¿Qué garantía se tiene de que si lo hacemos deliberadamente no resultará igual o hasta peor? Curiosamente, la geoingeniería ha dividido a la comunidad científica entre quienes están de acuerdo con la potencial implementación de la geoingeniería y quienes no lo están. Sin embargo, la comunidad continúa investigando sobre el tema. Tal vez estemos pasando demasiado tiempo pensando si podemos hacerlo y nos estamos olvidando de pensar si debemos hacerlo o no.
Cuando Homo Sapiens comenzó la revolución industrial, no sabía nada de termodinámica y mucho menos de efecto invernadero. Sin embargo, aquello supuso el inicio de la crisis climática. Por supuesto, no debemos culpar a nuestros antepasados, pero sí aprender de ellos. Aquellos inventos respondieron al contexto en que se encontraba la sociedad. Es claro que el mundo ya no es igual al del siglo XVIII, hoy vivimos una crisis climática. La pregunta es, ¿La geoingeniería responde a este contexto?
Referencias
Caldeira, K., & Bala, G. (2017). Reflecting on 50 years of geoengineering research. Earth’s future, 10-17.
Crutzen, P. (2006). Albedo enhancement by stratospheric sulfut injections: A contribution to resolve a policy dilemma? Climatic change, 211-219.
Molina, M., Sarukhán, J., & Carabias, J. (2017). El cambio climático. Causas, efectos y soluciones. FCE.
Wigley, T. (2006). A combined mitigation/geoengineering approach to climate stabilization. Science, 1-4.