Autor: Ing. David Eduardo Guevara-Polo
La importancia de estudiar la relación entre el sistema alimentario y el cambio climático radica en que este contribuye con el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero y al mismo tiempo, tiene otros impactos negativos en el medioambiente, como la sobreexplotación y contaminación de fuentes de abastecimiento de agua, la contaminación del aire, la disrupción de los ciclos del fósforo y del nitrógeno y la pérdida de biodiversidad.
El sistema alimentario es complejo, heterogéneo y dinámico; interactúa con aspectos socioculturales, económicos y políticos. Los principales factores que afectan la demanda de alimentos son el crecimiento de la población, los patrones de consumo, la urbanización y la distribución del ingreso; análogamente, los factores que afectan la oferta son el clima, la disponibilidad de recursos (energía, agua y suelo) y la interacción entre la producción de alimentos y otros servicios ecosistémicos.
Ahora bien, las etapas de la cadena productiva de alimentos y sus actividades asociadas se encuentran ilustradas en la figura 1, mientras que en la figura 2 se reportan las emisiones de dióxido de carbono equivalentes de cada actividad. Es evidente que la actividad que tiene una mayor contribución al cambio climático es la agricultura. De hecho, con base en los datos de (Vermeulen, Campbell, & Ingram, 2012) es posible estimar que las emisiones directas e indirectas producidas por la agricultura representan alrededor del 83% de las emisiones del sistema alimentario. Es posible entonces concluir que la agricultura representa alrededor del 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero totales en el mundo. Por otro lado, la agricultura también ocupa el 40% de la superficie terrestre y el 70% del agua a nivel global (Willett, y otros, 2019).
Paralelamente, en los últimos 50 años el enfoque de incrementar los rendimientos de los cultivos y mejorar las prácticas productivas en la agricultura ha contribuido a reducir el hambre, incrementar la esperanza de vida y reducir la tasa de mortalidad en niños. Sin embargo, a pesar de estos avances actualmente aún hay 820 millones de personas que se encuentran en estado de desnutrición y al mismo tiempo, 2100 millones de personas tienen sobrepeso u obesidad. En México, 3 de cada 4 adultos mayores de 20 años tienen sobrepeso u obesidad (INEGI, 2018).
La discusión de la dimensión de salud pública en este fenómeno es muy interesante, pero está fuera del alcance de este texto. No obstante, merece la pena hacer el siguiente comentario. Pareciera que el impacto en la naturaleza de la agricultura y la prevalencia de problemas relacionados con la alimentación son fenómenos aislados, pero, en realidad, están conectados a través de los hábitos de consumo. Se ha sugerido que la transición hacia una dieta no saludable no solamente incrementa el riesgo de desarrollar ciertas enfermedades, sino que contribuye de forma importante a la degradación del medio ambiente. En consecuencia, el desafío de Homo Sapiens es encontrar un equilibrio entre una alimentación óptima y la protección de la naturaleza, es por eso por lo que ambos asuntos son críticos en las agendas de organismos internacionales y de muchos países. A continuación, se resumen algunos estudios relacionados con el impacto ambiental de los alimentos.
Se han realizado análisis de ciclo de vida de distintas categorías de alimentos y se ha encontrado que los cereales, las frutas y los vegetales tienen el menor impacto ambiental por porción, mientras que la carne de rumiantes (vacas o cabras, por ejemplo) tienen el mayor. En la figura 3 se observa que la producción de cárnicos, ya sean provenientes de rumiantes, pollos o puercos, significa mayores emisiones de gases de efecto invernadero, mayor uso de suelo, mayor consumo de energía y mayores potenciales de acidificación y de eutrofización. Inversamente, los alimentos provenientes de plantas, marcados en color verde, son los que tienen un menor impacto ambiental.
Por otro lado, en la figura 4 se muestran los resultados de una simulación considerando 4 escenarios con respecto al escenario base de 2009: Una dieta que continuara con la tendencia del 2009 (omnívora), una dieta mediterránea, una dieta pescetariana y una dieta vegetariana. La primera incluye alimentos de todo tipo (vegetales, frutas, mariscos, cereales, azúcares, aceites, huevo, lácteos, pollo, puerco, cordero y res), la segunda también, pero contiene cantidades moderadas de pollo, puerco cordero y res. En este estudio, la dieta vegetariana consiste en cereales, vegetales, frutas, azúcares, aceites, huevo y lácteos, mientras que la dieta pescetariana además de los alimentos anteriores, incluye mariscos. Es notable la disminución en emisiones de gases de efecto invernadero que supone la transición hacia una dieta vegetariana, así como también destaca el incremento en el consumo de cárnicos, derivado del incremento en el ingreso per cápita. Pareciera que la mejor opción desde la perspectiva de mitigación del cambio climático es volverse vegetariano. Sin embargo, la emisión de gases de efecto invernadero no es el único elemento a considerar.
Recientemente, se publicó un informe en el que se modeló lo que pasaría con los recursos naturales si todos adoptaran una “dieta saludable”, que incluye alimentos de todo tipo, pero hace énfasis en el consumo de alimentos de origen vegetal y, además, se asegura de que las necesidades nutricionales sean cubiertas. Sus conclusiones se resumen a continuación, los detalles se pueden consultar en (Willett, y otros, 2019).
Con respecto al uso de suelo. La adopción de la dieta saludable implicaría una reducción en el uso de suelo para la agricultura de tan solo el 2%. Pareciera contradictorio, especialmente si se observa la figura 3. Sin embargo, la explicación para este fenómeno es que el suelo utilizado para producir alimento para los animales se utilizaría para producir vegetales de bajo rendimiento, pero necesarios en la dieta saludable, como leguminosas y nueces, por lo que el uso del suelo se compensaría.
De forma análoga, en cuanto al consumo de agua, se estima que mejorar las prácticas de irrigación podría reducirlo hasta en un 30%, mientras que restringir a la mitad el desperdicio de alimentos podría hacerlo en un 13%. Inversamente, la adopción de la dieta saludable significaría un incremento en el consumo de agua de hasta un 9%, por la misma razón descrita en el párrafo anterior.
Por otro lado, con respecto al uso de fertilizantes, se reportó que un incremento en la eficiencia de su aplicación y la distribución equitativa de nutrientes entre los países podrían reducir el uso de nitrógeno hasta en un 26% y el de fósforo hasta en un 40%, las reducciones en el desperdicio de alimentos podrían significar una reducción de 15% en ambos nutrientes y la adopción de la dieta saludable podría reducir la aplicación de fertilizantes hasta en un 10%.
En resumen, de acuerdo con (Willett, y otros, 2019), la adopción de una dieta más rica en alimentos de origen vegetal es positiva en cuanto a la disminución de gases de efecto invernadero y al equilibrio de los ciclos del nitrógeno y del fósforo, pero perjudicial en cuanto a consumo de agua y prácticamente neutral en cuanto al uso de suelo. Esto, de acuerdo con estimaciones globales. Si la protección de los recursos naturales fuera nuestro único criterio por seguir para modificar nuestra dieta, con estos datos sería muy difícil decidir. Por eso, ya existe una línea de investigación dedicada a evaluar los impactos de los hábitos alimenticios en la salud humana y planetaria, en conjunto. Por otro lado, en este texto se ha hecho énfasis en el uso de los recursos naturales y la emisión de gases de efecto invernadero. Sin embargo, seguramente valdría la pena analizar este problema desde la perspectiva de la contaminación del agua, aire y suelo.
Ciertamente, no debe dejar de considerarse el sexo, la edad, los requerimientos nutricionales, la presencia de enfermedades y los gustos y preferencias e incluso, ideologías y posturas éticas, como factores de la definición del patrón dietético. La dieta es una decisión individual. El objetivo de este texto es exponer lo que sugiere la evidencia en cuanto a los efectos ambientales del sistema alimentario y hacer conciencia de que nuestros hábitos tienen impactos de escala planetaria.
Referencias
- INEGI. (2018). Encuesta Nacional de Salud y Nutrición.
- Niles, M., Esquivel, J., Ahuja, R., & Mango, N. (2017). Climate change & food systems: Assessing impacts and opportunities. Meridian Institute.
- Popp, A., Lotze-Campen, H., & Bodirsky, B. (2010). Food consumption, diet shifts and associated non-CO2 greenhouse gases from agricultural production. Global Environmental Change, 451-462.
- Springmann, M., Godfray, H. C., Rayner, M., & Scarborough, P. (2016). Analysis and valuation of the health and climate change cobenefits of dietary change. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 4146-4151.
- Tilman, D., & Clark, M. (2014). Global diets link environmental sustainability and human health. Nature, 518-522.
- Vermeulen, S. J., Campbell, B. M., & Ingram, J. S. (2012). Climate change and food systems. Annual Review of Environment and Resources, 195-222.
- Willett, W., Rockström, J., Loken, B., Springmann, M., Lang, T., Vermeulen, S., . . . Murray, C. J. (2019). Food in the Anthropocene: the EAT-Lancet Commission on healthy diets from sustainable food systems. The Lancet, 393, 447-492.